miércoles, febrero 08, 2006

Malos humos, mal humor

Desde principios de año estamos sumergidos en la última versión de la ley antitabaco, esta vez la del 2006, y todavía no he dicho nada sobre ella. Estaba esperando, porque cada vez el asunto se vuelve más divertido. Ha recibido ya tantas alabanzas como críticas, con manifestaciones quiosqueras incluidas. Y ahora incluso hay un conflicto menor con los estanqueros que se han decidido por el boicot; que si una marca de tabaco ha bajado el precio de su producto estrella, que si ellos han comprado el lote a un precio y ahora tienen que vender más barato, que si eso supone competencia desleal para las marcas nacionales; que si es injusto ganar menos que antes sin haber hecho nada malo... parece que el concepto capitalista del mercado está bien sólo mientras trabaje a nuestro favor. ¿Y no se les ha ocurrido ponerse a vender también cursos para dejar de fumar o parches de nicotina o lecciones de acupuntura o libritos de autoayuda? Problema y solución en un mismo paquete. Causaría sensación y pueden cobrar lo mismo de antes. Vale. Me da lo mismo. Es su problema por haber elegido un trabajo con tanto riesgo económico: revender un único producto es como jugárselo todo a una sola carta.

Los telediarios sólo hablan de dinero, pero eso aquí puede ser lo menos importante. Vamos a aprovechar y hacer un par de reflexiones rápidas en voz alta porque creo que aún se pueden decir cosas de esa ley.

Lo primero que podemos preguntarnos es, ¿hasta que punto un gobierno tiene derecho a reeducarnos en el tema del tabaco? Es decir, que una empresa invierta dinero de sus accionistas en anunciarse en la tele, a través de competiciones deportivas, en periódicos y revistas, en el cine... que fomente su presencia en estancos, quioscos, cualquier cafetería o bar, tiendas 24 horas, discotecas... en aeropuertos, estaciones de tren, metro, autobús... en máquinas de venta directa en la calle... lo consideramos normal. Es un negocio y cuanta más presencia tengan más fuertes serán porque menos presión extra necesitarán ejercer ante sus consumidores. Pagan a sus publicistas, y éstos les devuelven imagen pública (a propósito, que el negocio moderno de la publicidad lo inauguró entre otras una empresa de cigarrillos). Pero el Estado, que administra los recursos de sus ciudadanos, los mismos que son afectados por sus decisiones y que no tienen ni voz ni voto en estos asuntos menores, ¿cómo puede justificarlo? No es una empresa y no tiene que maximizar beneficios, pero igualmente se está dejando un buen pellizco en publicidad. ¿Porqué?

Creo que la justificación más lógica es que están legislando para invertir en salud. Si tienen una fuerza de trabajo sana, en teoría podrán realizar mejor trabajo. Y al mismo tiempo, si no tienen la carga de una población más enferma, requerirán menos gastos sanitarios que, otra vez en teoría, podrán reinvertirse mejor (¿Hay alguien a estas alturas que no vea una relación directa entre el tabaco y el agravamiento de un montón de enfermedades pulmonares?). Cierto que también están perdiendo una buena cantidad de dinero que venía directamente por impuestos al tabaco. Pero deben haber hecho números y le sale rentable a medio y largo plazo. Además, ha habido una ganancia en imagen pública por parte del gobierno, porque ésta debe ser de las pocas leyes con las que no se puede estar en desacuerdo, si no en la implementación particular al menos en el espíritu. ¿Cómo va nadie a decir que no a una ley que pretende evitar que nuestros hijos se conviertan en adictos para toda la vida, que una empresa desconocida (ya no hay empresas enteramente españolas) les inyecte mierda que les perfore los pulmones, y que desde pequeños vayan preparándose para una muerte lenta y dolorosa por afecciones respiratorias? Pues eso, que nada más se pueden discutir nimiedades; que si la venta se puede hacer en quioscos, que no llegan a la categoría de locales, o sólo en bares y estancos, donde al ser locales cerrados están más controlados; que si un bar de 101 metros cuadrados tiene forzosamente que habilitar dos zonas diferenciadas o puede convertir 2 metros cuadrados en escaparate y no hacer cambios; si las carreras de Fórmula-1 deben desaparecer de la franja infantil hasta que eliminen la publicidad de tabaco...

He oído otra posibilidad, política. Que sólo es una pose, una actitud de firmeza de cara a la galería. Que un partido político que lleva años aposentado ahí arriba y que va perdiendo cada vez más votos no puede arriesgarse a molestar a un montón de gente de una sola vez legislando eso, por mucho retraso que lleve respecto del resto de Europa. Pero que un partido que aún acaba de llegar ahora tiene que empezar con apuestas arriesgadas y movimientos agresivos para demostrar que va en serio y se atreve a cambiar las cosas. Sinceramente, espero que la razón sea la primera, la económica, y no la segunda o una combinación lineal de ambas.

Otra cosa es que de momento esta ley está consiguiendo todo lo contrario. No sólo el tema del tabaco está en boca de todos, sino que de momento los no fumadores han sido las primeras víctimas. Piensa en ello. Todos los bares, cafeterías y similares pequeños, que son los que más abundan, se han convertido en lugares de fumadores por miedo a perder clientes. Luego, que si antes un fumador pedía permiso para sacar el cigarrillo con un ¿Les molesta si fumo?, ahora se sienten justificados a encenderlo en cualquier parte porque están respaldados por la ley ¡y cuidado si se les mira mal! Parece que siempre pasa lo mismo, que cuando una costumbre se convierte en ley es como si se establecieran unos límites superiores para el comportamiento aceptado, a partir de los cuales ya puedes empezar a protestar. Como si lo complicado fuera decidir por uno mismo lo que es correcto, o simplemente educado, y preferimos reglas que nos digan desde aquí hasta ahí, y no más. Pero no es tan difícil, ya verás. Hay una regla sencilla: es inadecuado si te molestaría que le hicieran lo mismo a tus hijos. Una frase sacada de Más Platón y menos Prozac, de L. Marinoff, me viene perfecta: "En nuestra sociedad, muchos creen erróneamente que la ley establece principios morales: todo lo legal, suponen muchos, es moral. La moral de una sociedad se refleja en sus leyes [...], pero una legislación no basta para que una sociedad se vuelva moral". Y es que fumar cuando puedes molestar a otros es una decisión personal moral, no colectiva y legal, donde el remedio es el respeto mutuo.

Supongo que todos estos inconvenientes menores de la aplicación de la ley, como la adaptación de locales y las gentes, irán mejorando con el tiempo según vayamos madurando como sociedad cívica. Mientras tanto, nosotros debemos ser un ejemplo de contención y educación, y no pondremos en un aprieto a nadie pidiéndole que apague su cigarrillo en un bar de fumadores porque nos molesta (aunque sería una experiencia interesante). Sólo cuando el aludido lo apague inmediatamente podremos hablar de tolerancia. Claro, después de que hayamos buscado otros sitios alternativos donde no nos llegue el humo.

A propósito, por si no lo habéis notado, estoy de mal humor.