jueves, febrero 09, 2006

Más malos humos

Más cosas sobre la ley antitabaco.

Si el objetivo de la nueva ley es reducir el consumo entre los más jóvenes, el precio todavía es un problema. Hay que subirlo mucho más, para que comprar tabaco pase de ser un experimento de madurez a un lujo de los adultos. ¿Cómo se empieza a fumar actualmente? Supongo que alguien que ya fuma ofrece los primeros cigarrillos sólo para probar, o están disponibles en el ambiente en que se mueve el chaval, normalmente el hogar, o simplemente un día se necesita reforzar su imagen de semiadulto, ante sí mismo o alguien en particular, y se compra una cajetilla para ir practicando en privado... o el motivo que sea. Lo cierto es que en cualquier caso hay dos elementos básicos: la falta de rechazo social al tabaco, incluso todo lo contrario, y la fácil disponibilidad del mismo.

Contra el primero las campañas de promoción de la vida sin tabaco pueden valer algo, aunque no estoy muy seguro, y la ausencia de campañas de promoción en su favor, directas o indirectas, pueden hacer bastante más; que la sociedad olvide el tabaco, que a fin de cuentas es accesorio. Durante los primeros años estas campañas deberían tener presencia en colegios e institutos para recordarles continuamente a los chavales que el tabaco no sólo destroza la salud sino que es además asqueroso. Un lema de una campaña de esas en mis tiempos de instituto decía "besar a un fumador es como chupar un cenicero". Para ser sinceros me importó muy poco cuando empecé a salir con una fumadora, pero es muy gráfico y aún ahora lo recuerdo. Y para combatir el tabaco en el hogar se puede potenciar la idea de que están envenenando y asesinando poco a poco a sus propios hijos.

Necesitamos algunas palabras clave, de esas que sacuden la conciencia y molestan cuando salen por televisión. Por ejemplo, como decir que un fumador activo es un adicto a una sustancia asquerosa que le envenena a él y a los que le rodean, que es consciente del hecho, pero que le resulta muy difícil desengancharse sin ayuda médica y apoyo social, que es políticamente incorrecto y completamente cierto.

El segundo punto es más fácil. Se puede subir el precio hasta un límite escandaloso. Eso supondría una barrera importante para los que no tienen un sueldo estable, principalmente los niños y los estudiantes, que es lo que pretendemos, pero como en este país abundan los mileuristas parece que es una condición necesaria y no suficiente. Además, aún quienes se pueden permitir el vicio pondrían el grito en el cielo, los estanqueros se negarían a venderlo a ese precio y veríamos un resurgir del mercado negro del tabaco. Así que refinamos el modelo un poco más. Se me ocurre instaurar un carnet de fumador expedido por el ministerio de sanidad, o el equivalente territorial, que necesitas presentar en el estanco para poder comprar a un precio reducido si no quieres tener que pagar el precio completo, y que para conseguirlo se deba hacer un reconocimiento médico en condiciones que te catalogue como enfermo incurable. Es decir, un carnet de adicto al tabaco. Así todos contentos. Quien no quiera el carnet, que pague, y quien lo quiera que se trague su orgullo y lleve consigo un trozo de plástico que lo identifica como un adicto que necesita una dosis regular. Evidentemente ese carnet se otorgaría por necesidad médica y no por gusto, así que se puede obligar a quien lo quiera (y hay que renovarlo todos los años) a seguir cursos de desintoxicación obligatorios y los usuarios más jóvenes recibirían atención especializada.

Otra posibilidad serían utilizar una especie de recetas para el estanco emitidas por el médico de cabecera o un centro de salud con departamento antitabaco especializado, y que los estanqueros fueran los que cargaran con la obligación de controlarlas para que el Estado les devuelva algún tipo de impuesto cobrado de modo preventivo.

Y aún otra posibilidad más, en forma de cartilla de racionamiento con fecha de caducidad. A principios de mes se recogerían las cartillas en los centros de salud con el nombre del propietario asignado, y en los estancos se comprobaría que quien compra es el usuario autorizado mirando el DNI. En ese caso, precio barato. En caso contrario, precio caro.

Así que ya ves, hay posibilidades. Dos precios, el caro y el barato, y este último sólo presentando algún distintivo incómodo en forma de un carnet de adicto al tabaco, una receta médica o una cartilla de racionamiento. En cualquier caso, como el fumador debe conseguir periódicamente algún tipo de distintivo está más controlado y se le puede pedir y obligar a que siga algún tipo de terapia. Y se puede exigir una edad mínima para acceder al distintivo para que los chavales siempre tengan que pagar el precio completo si lo necesitan de verdad. Y si el distintivo no es una putada, no hace falta mercado negro que lo evite.

O tal vez debamos considerar perdida esta generación en sus vicios y empezar a preparar correctamente a la siguiente.
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miércoles, febrero 08, 2006

Malos humos, mal humor

Desde principios de año estamos sumergidos en la última versión de la ley antitabaco, esta vez la del 2006, y todavía no he dicho nada sobre ella. Estaba esperando, porque cada vez el asunto se vuelve más divertido. Ha recibido ya tantas alabanzas como críticas, con manifestaciones quiosqueras incluidas. Y ahora incluso hay un conflicto menor con los estanqueros que se han decidido por el boicot; que si una marca de tabaco ha bajado el precio de su producto estrella, que si ellos han comprado el lote a un precio y ahora tienen que vender más barato, que si eso supone competencia desleal para las marcas nacionales; que si es injusto ganar menos que antes sin haber hecho nada malo... parece que el concepto capitalista del mercado está bien sólo mientras trabaje a nuestro favor. ¿Y no se les ha ocurrido ponerse a vender también cursos para dejar de fumar o parches de nicotina o lecciones de acupuntura o libritos de autoayuda? Problema y solución en un mismo paquete. Causaría sensación y pueden cobrar lo mismo de antes. Vale. Me da lo mismo. Es su problema por haber elegido un trabajo con tanto riesgo económico: revender un único producto es como jugárselo todo a una sola carta.

Los telediarios sólo hablan de dinero, pero eso aquí puede ser lo menos importante. Vamos a aprovechar y hacer un par de reflexiones rápidas en voz alta porque creo que aún se pueden decir cosas de esa ley.

Lo primero que podemos preguntarnos es, ¿hasta que punto un gobierno tiene derecho a reeducarnos en el tema del tabaco? Es decir, que una empresa invierta dinero de sus accionistas en anunciarse en la tele, a través de competiciones deportivas, en periódicos y revistas, en el cine... que fomente su presencia en estancos, quioscos, cualquier cafetería o bar, tiendas 24 horas, discotecas... en aeropuertos, estaciones de tren, metro, autobús... en máquinas de venta directa en la calle... lo consideramos normal. Es un negocio y cuanta más presencia tengan más fuertes serán porque menos presión extra necesitarán ejercer ante sus consumidores. Pagan a sus publicistas, y éstos les devuelven imagen pública (a propósito, que el negocio moderno de la publicidad lo inauguró entre otras una empresa de cigarrillos). Pero el Estado, que administra los recursos de sus ciudadanos, los mismos que son afectados por sus decisiones y que no tienen ni voz ni voto en estos asuntos menores, ¿cómo puede justificarlo? No es una empresa y no tiene que maximizar beneficios, pero igualmente se está dejando un buen pellizco en publicidad. ¿Porqué?

Creo que la justificación más lógica es que están legislando para invertir en salud. Si tienen una fuerza de trabajo sana, en teoría podrán realizar mejor trabajo. Y al mismo tiempo, si no tienen la carga de una población más enferma, requerirán menos gastos sanitarios que, otra vez en teoría, podrán reinvertirse mejor (¿Hay alguien a estas alturas que no vea una relación directa entre el tabaco y el agravamiento de un montón de enfermedades pulmonares?). Cierto que también están perdiendo una buena cantidad de dinero que venía directamente por impuestos al tabaco. Pero deben haber hecho números y le sale rentable a medio y largo plazo. Además, ha habido una ganancia en imagen pública por parte del gobierno, porque ésta debe ser de las pocas leyes con las que no se puede estar en desacuerdo, si no en la implementación particular al menos en el espíritu. ¿Cómo va nadie a decir que no a una ley que pretende evitar que nuestros hijos se conviertan en adictos para toda la vida, que una empresa desconocida (ya no hay empresas enteramente españolas) les inyecte mierda que les perfore los pulmones, y que desde pequeños vayan preparándose para una muerte lenta y dolorosa por afecciones respiratorias? Pues eso, que nada más se pueden discutir nimiedades; que si la venta se puede hacer en quioscos, que no llegan a la categoría de locales, o sólo en bares y estancos, donde al ser locales cerrados están más controlados; que si un bar de 101 metros cuadrados tiene forzosamente que habilitar dos zonas diferenciadas o puede convertir 2 metros cuadrados en escaparate y no hacer cambios; si las carreras de Fórmula-1 deben desaparecer de la franja infantil hasta que eliminen la publicidad de tabaco...

He oído otra posibilidad, política. Que sólo es una pose, una actitud de firmeza de cara a la galería. Que un partido político que lleva años aposentado ahí arriba y que va perdiendo cada vez más votos no puede arriesgarse a molestar a un montón de gente de una sola vez legislando eso, por mucho retraso que lleve respecto del resto de Europa. Pero que un partido que aún acaba de llegar ahora tiene que empezar con apuestas arriesgadas y movimientos agresivos para demostrar que va en serio y se atreve a cambiar las cosas. Sinceramente, espero que la razón sea la primera, la económica, y no la segunda o una combinación lineal de ambas.

Otra cosa es que de momento esta ley está consiguiendo todo lo contrario. No sólo el tema del tabaco está en boca de todos, sino que de momento los no fumadores han sido las primeras víctimas. Piensa en ello. Todos los bares, cafeterías y similares pequeños, que son los que más abundan, se han convertido en lugares de fumadores por miedo a perder clientes. Luego, que si antes un fumador pedía permiso para sacar el cigarrillo con un ¿Les molesta si fumo?, ahora se sienten justificados a encenderlo en cualquier parte porque están respaldados por la ley ¡y cuidado si se les mira mal! Parece que siempre pasa lo mismo, que cuando una costumbre se convierte en ley es como si se establecieran unos límites superiores para el comportamiento aceptado, a partir de los cuales ya puedes empezar a protestar. Como si lo complicado fuera decidir por uno mismo lo que es correcto, o simplemente educado, y preferimos reglas que nos digan desde aquí hasta ahí, y no más. Pero no es tan difícil, ya verás. Hay una regla sencilla: es inadecuado si te molestaría que le hicieran lo mismo a tus hijos. Una frase sacada de Más Platón y menos Prozac, de L. Marinoff, me viene perfecta: "En nuestra sociedad, muchos creen erróneamente que la ley establece principios morales: todo lo legal, suponen muchos, es moral. La moral de una sociedad se refleja en sus leyes [...], pero una legislación no basta para que una sociedad se vuelva moral". Y es que fumar cuando puedes molestar a otros es una decisión personal moral, no colectiva y legal, donde el remedio es el respeto mutuo.

Supongo que todos estos inconvenientes menores de la aplicación de la ley, como la adaptación de locales y las gentes, irán mejorando con el tiempo según vayamos madurando como sociedad cívica. Mientras tanto, nosotros debemos ser un ejemplo de contención y educación, y no pondremos en un aprieto a nadie pidiéndole que apague su cigarrillo en un bar de fumadores porque nos molesta (aunque sería una experiencia interesante). Sólo cuando el aludido lo apague inmediatamente podremos hablar de tolerancia. Claro, después de que hayamos buscado otros sitios alternativos donde no nos llegue el humo.

A propósito, por si no lo habéis notado, estoy de mal humor.
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