Más malos humos
Más cosas sobre la ley antitabaco.
Si el objetivo de la nueva ley es reducir el consumo entre los más jóvenes, el precio todavía es un problema. Hay que subirlo mucho más, para que comprar tabaco pase de ser un experimento de madurez a un lujo de los adultos. ¿Cómo se empieza a fumar actualmente? Supongo que alguien que ya fuma ofrece los primeros cigarrillos sólo para probar, o están disponibles en el ambiente en que se mueve el chaval, normalmente el hogar, o simplemente un día se necesita reforzar su imagen de semiadulto, ante sí mismo o alguien en particular, y se compra una cajetilla para ir practicando en privado... o el motivo que sea. Lo cierto es que en cualquier caso hay dos elementos básicos: la falta de rechazo social al tabaco, incluso todo lo contrario, y la fácil disponibilidad del mismo.
Contra el primero las campañas de promoción de la vida sin tabaco pueden valer algo, aunque no estoy muy seguro, y la ausencia de campañas de promoción en su favor, directas o indirectas, pueden hacer bastante más; que la sociedad olvide el tabaco, que a fin de cuentas es accesorio. Durante los primeros años estas campañas deberían tener presencia en colegios e institutos para recordarles continuamente a los chavales que el tabaco no sólo destroza la salud sino que es además asqueroso. Un lema de una campaña de esas en mis tiempos de instituto decía "besar a un fumador es como chupar un cenicero". Para ser sinceros me importó muy poco cuando empecé a salir con una fumadora, pero es muy gráfico y aún ahora lo recuerdo. Y para combatir el tabaco en el hogar se puede potenciar la idea de que están envenenando y asesinando poco a poco a sus propios hijos.
Necesitamos algunas palabras clave, de esas que sacuden la conciencia y molestan cuando salen por televisión. Por ejemplo, como decir que un fumador activo es un adicto a una sustancia asquerosa que le envenena a él y a los que le rodean, que es consciente del hecho, pero que le resulta muy difícil desengancharse sin ayuda médica y apoyo social, que es políticamente incorrecto y completamente cierto.
El segundo punto es más fácil. Se puede subir el precio hasta un límite escandaloso. Eso supondría una barrera importante para los que no tienen un sueldo estable, principalmente los niños y los estudiantes, que es lo que pretendemos, pero como en este país abundan los mileuristas parece que es una condición necesaria y no suficiente. Además, aún quienes se pueden permitir el vicio pondrían el grito en el cielo, los estanqueros se negarían a venderlo a ese precio y veríamos un resurgir del mercado negro del tabaco. Así que refinamos el modelo un poco más. Se me ocurre instaurar un carnet de fumador expedido por el ministerio de sanidad, o el equivalente territorial, que necesitas presentar en el estanco para poder comprar a un precio reducido si no quieres tener que pagar el precio completo, y que para conseguirlo se deba hacer un reconocimiento médico en condiciones que te catalogue como enfermo incurable. Es decir, un carnet de adicto al tabaco. Así todos contentos. Quien no quiera el carnet, que pague, y quien lo quiera que se trague su orgullo y lleve consigo un trozo de plástico que lo identifica como un adicto que necesita una dosis regular. Evidentemente ese carnet se otorgaría por necesidad médica y no por gusto, así que se puede obligar a quien lo quiera (y hay que renovarlo todos los años) a seguir cursos de desintoxicación obligatorios y los usuarios más jóvenes recibirían atención especializada.
Otra posibilidad serían utilizar una especie de recetas para el estanco emitidas por el médico de cabecera o un centro de salud con departamento antitabaco especializado, y que los estanqueros fueran los que cargaran con la obligación de controlarlas para que el Estado les devuelva algún tipo de impuesto cobrado de modo preventivo.
Y aún otra posibilidad más, en forma de cartilla de racionamiento con fecha de caducidad. A principios de mes se recogerían las cartillas en los centros de salud con el nombre del propietario asignado, y en los estancos se comprobaría que quien compra es el usuario autorizado mirando el DNI. En ese caso, precio barato. En caso contrario, precio caro.
Así que ya ves, hay posibilidades. Dos precios, el caro y el barato, y este último sólo presentando algún distintivo incómodo en forma de un carnet de adicto al tabaco, una receta médica o una cartilla de racionamiento. En cualquier caso, como el fumador debe conseguir periódicamente algún tipo de distintivo está más controlado y se le puede pedir y obligar a que siga algún tipo de terapia. Y se puede exigir una edad mínima para acceder al distintivo para que los chavales siempre tengan que pagar el precio completo si lo necesitan de verdad. Y si el distintivo no es una putada, no hace falta mercado negro que lo evite.
O tal vez debamos considerar perdida esta generación en sus vicios y empezar a preparar correctamente a la siguiente.
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Si el objetivo de la nueva ley es reducir el consumo entre los más jóvenes, el precio todavía es un problema. Hay que subirlo mucho más, para que comprar tabaco pase de ser un experimento de madurez a un lujo de los adultos. ¿Cómo se empieza a fumar actualmente? Supongo que alguien que ya fuma ofrece los primeros cigarrillos sólo para probar, o están disponibles en el ambiente en que se mueve el chaval, normalmente el hogar, o simplemente un día se necesita reforzar su imagen de semiadulto, ante sí mismo o alguien en particular, y se compra una cajetilla para ir practicando en privado... o el motivo que sea. Lo cierto es que en cualquier caso hay dos elementos básicos: la falta de rechazo social al tabaco, incluso todo lo contrario, y la fácil disponibilidad del mismo.
Contra el primero las campañas de promoción de la vida sin tabaco pueden valer algo, aunque no estoy muy seguro, y la ausencia de campañas de promoción en su favor, directas o indirectas, pueden hacer bastante más; que la sociedad olvide el tabaco, que a fin de cuentas es accesorio. Durante los primeros años estas campañas deberían tener presencia en colegios e institutos para recordarles continuamente a los chavales que el tabaco no sólo destroza la salud sino que es además asqueroso. Un lema de una campaña de esas en mis tiempos de instituto decía "besar a un fumador es como chupar un cenicero". Para ser sinceros me importó muy poco cuando empecé a salir con una fumadora, pero es muy gráfico y aún ahora lo recuerdo. Y para combatir el tabaco en el hogar se puede potenciar la idea de que están envenenando y asesinando poco a poco a sus propios hijos.
Necesitamos algunas palabras clave, de esas que sacuden la conciencia y molestan cuando salen por televisión. Por ejemplo, como decir que un fumador activo es un adicto a una sustancia asquerosa que le envenena a él y a los que le rodean, que es consciente del hecho, pero que le resulta muy difícil desengancharse sin ayuda médica y apoyo social, que es políticamente incorrecto y completamente cierto.
El segundo punto es más fácil. Se puede subir el precio hasta un límite escandaloso. Eso supondría una barrera importante para los que no tienen un sueldo estable, principalmente los niños y los estudiantes, que es lo que pretendemos, pero como en este país abundan los mileuristas parece que es una condición necesaria y no suficiente. Además, aún quienes se pueden permitir el vicio pondrían el grito en el cielo, los estanqueros se negarían a venderlo a ese precio y veríamos un resurgir del mercado negro del tabaco. Así que refinamos el modelo un poco más. Se me ocurre instaurar un carnet de fumador expedido por el ministerio de sanidad, o el equivalente territorial, que necesitas presentar en el estanco para poder comprar a un precio reducido si no quieres tener que pagar el precio completo, y que para conseguirlo se deba hacer un reconocimiento médico en condiciones que te catalogue como enfermo incurable. Es decir, un carnet de adicto al tabaco. Así todos contentos. Quien no quiera el carnet, que pague, y quien lo quiera que se trague su orgullo y lleve consigo un trozo de plástico que lo identifica como un adicto que necesita una dosis regular. Evidentemente ese carnet se otorgaría por necesidad médica y no por gusto, así que se puede obligar a quien lo quiera (y hay que renovarlo todos los años) a seguir cursos de desintoxicación obligatorios y los usuarios más jóvenes recibirían atención especializada.
Otra posibilidad serían utilizar una especie de recetas para el estanco emitidas por el médico de cabecera o un centro de salud con departamento antitabaco especializado, y que los estanqueros fueran los que cargaran con la obligación de controlarlas para que el Estado les devuelva algún tipo de impuesto cobrado de modo preventivo.
Y aún otra posibilidad más, en forma de cartilla de racionamiento con fecha de caducidad. A principios de mes se recogerían las cartillas en los centros de salud con el nombre del propietario asignado, y en los estancos se comprobaría que quien compra es el usuario autorizado mirando el DNI. En ese caso, precio barato. En caso contrario, precio caro.
Así que ya ves, hay posibilidades. Dos precios, el caro y el barato, y este último sólo presentando algún distintivo incómodo en forma de un carnet de adicto al tabaco, una receta médica o una cartilla de racionamiento. En cualquier caso, como el fumador debe conseguir periódicamente algún tipo de distintivo está más controlado y se le puede pedir y obligar a que siga algún tipo de terapia. Y se puede exigir una edad mínima para acceder al distintivo para que los chavales siempre tengan que pagar el precio completo si lo necesitan de verdad. Y si el distintivo no es una putada, no hace falta mercado negro que lo evite.
O tal vez debamos considerar perdida esta generación en sus vicios y empezar a preparar correctamente a la siguiente.